Conducta: lecciones y un poco de fe
Desde Suite
Habana, la maravillosa película de Fernando Pérez, no había experimentado las
emociones que ahora me produjo el filme Conducta, de Ernesto Daranas. Luego de
los comentarios de Enrique Colina, Pineda Barnet y Rolando Pérez Betancourt,
poco puede aportar este humilde espectador al juicio crítico especializado de
esta singular obra cinematográfica y no me corresponde expresarme en esos términos. Pero escribo desde la pasión,
un sentimiento que ha reunido esta vez, casi de forma unánime, a la crítica y al
público cubanos. Pasión por el cine y por mi país.
En uno y otro
caso, me siento recompensado. Por el cine cubano, que retoma su calidad y aliento
de la mano de nuevas hornadas de realizadores y desde una cinta crítica y
auténtica, revela la complejidad de nuestro entramado social.
Y por mi país, que
abre sus cajas negras y saca a la luz
debilidades y flaquezas, evidencias de grises años de ceguera, mirada oblicua,
tangencial; inercia, para que tras ese ejercicio valiente de autoconciencia y
determinación, nos pongamos a trabajar. Porque a pesar del dolor, de las
lágrimas, esta película insufla esperanzas.
No sorprende lo
que cuenta Daranas. Para los cubanos estas realidades no son excepcionales, las
confrontamos casi todos los días y hay tantas historias parecidas que los
personajes nos parecen familiares, conocidos. Y tanto burocratismo y tanta
superficialidad dañina y tanta doblez. Y tanto por hacer, que no depende de
eliminar largos bloqueos genocidas sino de cambiar todo lo que precisa ser
cambiado, liderado por la voluntad y la experiencia populares, potencialidades que
pujan cada día más por ganar oportunidad de decisión en aquello que le
concierne.
Y creo que nada
es más convincente que la vida de esta maestra ejemplar para determinar la envergadura de la batalla que
nos aguarda. No será sin dolor, ni será fácil; no habrá manuales ni guiones
rígidos, pero habremos de atender a las esencias.
Que Martí dijo ,
hace más de cien años, que educar es preparar al hombre para la vida y nos
cuenta aún aprender la lección, aunque las circunstancias nos estén remitiendo
al Maestro todo el tiempo. Que sirva el drama de esta educadora con alma de Quijote para advertir
los molinos y las fuerzas oscuras que los mueven contra todo progreso, contra
toda prosperidad.
Y que nos
contagie su fe, su perseverancia. Porque necesitamos muchas Carmelas, es
cierto, pero están entre nosotros, las tenemos. ¿No les parece?